Leyendas cortas de Yucatán, ‘El Castigo’

En la tierra del Mayab se tejen historias del pasado que enseñan en el presente, hoy te compartimos la leyenda “El castigo”

Esta es una leyenda de Yucatán compartida por la señora Charito Chay, quien espera que este relato sirva a las nuevas generaciones que han perdido el respeto por la fe y la devoción, además de aprender que la ayuda debe ser desinteresada con el prójimo.

Inicia con la frase: Si ayudas sin interés, Dios te va a premiar con el doble de lo que das, pero si haces el mal tarde o temprano recibirás un castigo justo a tu medida. De aquí se desprende la famosa leyenda de “El Castigo”.

En dónde ocurrieron los sucesos que dan lugar a la leyenda yucateca “El Castigo”

Esta antigua historia que nos muestra que la fe mueve montañas, se trata de un milagro de devoción ocurrido en Halachó Yucatán, cuyo santo patrono es Santiaguito de Apóstol.

Se dice que en aquellos ayeres la situación de los pueblos yucatecos era muy dura, hubo una época de pobreza y mucha hambre y desesperación. Esto ocurrió porque la mayoría de los habitante dependían de sus cosechas, de chile habanero, maíz y henequén principalmente, pero esa temporada una terrible plaga arrasó con todos los cultivos dejando a los campesinos sin nada que vender, intercambiar o comer.

Campesinos salvando cultivos

Los campesino, quienes eran cabeza de familia con esposa y uno o varios hijos comenzaron a sufrir una fuerte desesperación, ya que no contaban con dinero suficiente para comprar despensa o comida.

En la capital yucateca se supo de esta terrible situación que pasaban los agricultores de los pueblos, algunos empresarios se organizaron para la donación de víveres y cereales para compartir con los pobladores de Halachó, fueron varios cientos de sacos de granos, azúcar, cereales y hasta leche que le llevaron a entregar al presidente municipal con la intención de que fuera repartido entre los más necesitados.

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Costales de maíz para donaciones

El Presidente municipal de Halachó fue poseído por la ambición y en lugar de repartir entre su pueblo toda la comida que le habían proveído, se dedicó a venderla en otros pueblos cercanos que estaban en situación parecida.

Hizo algunas despensas y las puso a la venta, para aquellos que sí tuvieran con qué pagar. Muchas familias quedaron sin nada que comer y sin dinero para comprar, lo que los llevó a enfermar, incluso muchos ancianos y niños perdieron la vida por el hambre.

El Párroco no podía permitir esta situación

El párroco de la iglesia se molestó mucho por la actitud del mandatario, y fue a reclamarle por proceder de tal forma. El alcalde lo mandó a echar a la calle, luego de burlarse de él y de la iglesia. El padre le dijo antes de salir de la hacienda: “Esto que estás haciendo la vas a pagar demasiado caro, pronto te va a llegar el castigo”.

Regresó a su iglesia y se puso a repicar las campanas con mucha energía, las personas delos alrededores sintieron que era un llamado urgente, muchos tenían pocas fuerzas pero aún así acudieron al atrio para reunirse con el párroco de la Iglesia de Santiago Apóstol.

Les dijo a los feligreses: “Los he llamado en este día, para pedirles que no pierdan la fe, que permitan que nuestro amado Santiaguito Apóstol haga el milagro y todo vuelva muy pronto a la normalidad, sus cosechas volverán a crecer y todo será mejor que antes”. Las personas se hincaron y oraron juntos para pedirle al Santo que les ayudara.

Algunos aseguran que estas palabras fueron una maldición para la familia del Alcalde y para él mismo, cuatro de los hijos del alcalde enfermaron gravemente, se contagiaron de fiebre amarilla y perdieron la vida en pocas horas. Su hija menor era una bebé de apenas unos cuantos meses de nacida y también se había contagiado de la terrible enfermedad.

El alcalde la llevó a Mérida a buscar doctores que la pudieran curar, pero ellos le dijeron que no había nada que hacer. Desesperado buscó una curandera, un brujo, un chamán pero nadie podría ayudarlo.

El Párroco evitó que quemaran al alcalde

La gente enardecida fue a casa del edil y le apedrearon la vivienda, estaban a punto de encenderla y hacerla arder en fuego, cuando Bartolo el Párroco llegó y les dijo que se fueran, que no valía la pena pues el hombre ya estaba recibiendo el castigo.

Fue la esposa del alcalde, quien lloraba suplicando que le permitieran salir y llevar a su hija a la iglesia, pues la veía muy mal y estaba a punto de morir y no estaba bautizada. Ella era una fiel creyente de Santiago Apóstol, siempre hacía sus oraciones, misas y novenas.

Le pidió al padre desesperada que le bautizara a la niña, para que pudiera entrar al reino de los cielos si moría. Llegaron a la iglesia y la mujer se arrodilló ante Santiaguito Apóstol, mientras que el sacerdote buscaba entre la gente alguien que quisiera ser el padrino de la hija del alcalde.

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Nadie quiso hacerlo, la señora llena de tristeza y desesperación en la puerta de la iglesia se puso a pedir clemencia, perdón para ella y para su criatura por los actos que su marido había cometido.

De repente, llegó un jineta en su caballo blanco, vestido con un luminoso traje y sombrero, bajó del cabello y se acercó a la mujer diciéndole: “Ya no sufras mujer, no llores más, mira como tu hija ya no está enferma, sonríe y pide alimento, vamos dentro para que la bauticen y yo seré el padrino”.

El párroco no podía dejar de ver al buen jinete, su rostro se le hacía muy conocido. Bautizaron a la pequeña y luego fueron a dar gracias a Santiago Apóstol, pero este no estaba en su nicho. Entonces entendió que fue el mismo santo quien se presentó para llevar a cabo la obra de Dios y darle salud a la pequeña. No pudo más que arrodillarse y quiso dar las gracias al jinete, pero este había desaparecido.

Cuando regresaron al nicho, ya estaba ahí el Santo, como siempre en su lugar, entonces todos comprendieron que realmente había sido un milagro. El alcalde enfermó y su mujer lo cuidó por muchos años hasta su muerte. La pequeña niña creció sana y muy apegada a las costumbres religiosas.