












Atrapada en las profundidades de la Sierra Madre Oriental, la huasteca potosina es un trozo del paraíso donde el mundo se volvió líquido, acuoso. Y despertó el verdor, lo nutrió e hizo crecer.
En lo alto de la montaña o a la vera de un río, todo es verde. También el agua. La invocación lorquiana es inevitable: Verde que te quiero verde. / Verde viento. / Verdes ramas…

Es tal la cantidad de agua que corre por las venas de la huasteca que, de no tener cauces para contener los ríos, tendríamos nuestro propio lago Baikal, que en estos tiempos mundialistas tanto presume Rusia al mundo.
Decíamos en entrega previa (léase aquí), el domingo pasado, que las lluvias nocturnas, repentinas y feroces, nutren a los ríos de toda la región. Si usted decide dar una vuelta por la huasteca potosina, prepárese para pasar gran parte del tiempo en el agua. Y si darse una zambullida no es lo suyo, la sola contemplación de los paisajes vale el paseo.
En Puente de Dios, el agua proveniente de una cascada espléndida atraviesa la roca por una oquedad en la que el visitante puede penetrar y desembocar pasmado en una amplia zona de verdes aguas y nutrida vegetación. Así debió sentirse el Cándido de Voltaire cuando llegó a El Dorado luego de atravesar la montaña.
Como en todo paraje acuático, es recomendable llevar chaleco salvavidas, calzado para agua y alguna bolsa impermeable para el celular. Todo eso lo venden o rentan en cada espacio.

A pocos kilómetros del Puente de Dios se ubican las cascadas de Tamasopo, un escándalo auditivo y visual de caídas de agua que se suceden una tras otra para asombro y delicia del paseante. Se puede nadar, lanzarse clavados o columpiarse en liana para caer al agua. También se puede comer en el lugar.
Las Pozas son otro paraíso acuático de la región. Señalábamos el pasado domingo que el jardín surrealista de Edward James es bañado por una espléndida cascada, llamada El General. Después de atravesar la extensión del jardín, cae en escalera natural creando pozas de agua cristalina y helada en cada descanso. Elija la que guste para darse un chapuzón.

Vecina del jardín de Edward James, la cascada Los Comales asombra por su magnificencia y poder. Se puede hacer rapel en su pared de cuarenta metros o simplemente colocarse bajo el chorro de agua y sentir el vigor de la naturaleza en los hombros. Una cercanía sobrecogedora.
El Nacimiento es un brote de agua que produce una pequeña laguna donde se puede nadar. Luego se convierte en un río que se pierde en el horizonte.
No lejos de ahí está el Río Micos, donde la naturaleza fue pródiga en caudal, vegetación y orografía. Al pie de un acantilado, una cascada más ancha que alta produce un páramo en el río que invita a nadar y pasear en bote de remos.

Esta cascada es la última de una serie de nueve caídas de agua consecutivas. Si su vis es aventurera, el paseo le permite lanzarse en las nueve cascadas, la mayor de las cuales tiene diez metros de altura.
El recorrido por las maravillas acuáticas de la huasteca potosina termina en la cascada Tamul. Las agencias de viajes arman los paseos con cierto orden de modo que sea el último punto a visitar en los dos o tres días de recorridos. La promueven como “la cascada más bella de México”. A menos que Los Comales diga otra cosa, tienen razón. Es imponente y su caudal y altura de cien metros son pasmosos. Es tan agresiva la caída que es preferible no acercarse mucho.
Para llegar ahí es preciso recorrer cuatro kilómetros en el río Tampaón a golpe de remo. Se avanza en lanchas para doce personas, las cuales se van turnando los remos para no dejar de avanzar. Cuando la lancha se cruza en el camino con una en dirección contraria comienza una divertida guerra de agua. Esto que comenzó como una diversión espontánea se ha vuelto una tradición. En un tramo de “rápidos” es preciso bajar de la lancha y pasar caminando por la ribera. Al regreso, uno se puede lanzar a las aguas del río para pasar los “rápidos” con el agua al cuello y sentir la adrenalina fluir. Siempre con el chaleco bien puesto.

Al doblar un recodo aparece a los ojos del grupo de remeros la grandiosidad de la cascada Tamul a cien metros de distancia. Desde lo alto de una roca se contempla la caída feroz de agua espumosa. También desde la roca se puede uno lanzar clavados al río.
Al regreso, luego de pasar lo rápidos, una última maravilla natural: el cenote Cueva de agua, que está a la orilla del río. El parecido con cualquier cenote de Yucatán es de asombrar.
El río Tampaón es el principal causante de que el agua corra por toda la huasteca potosina. Es el mayor de la región y todos los demás son sus afluentes.
Los ríos Tampaón, Micos y todos avanzan sin freno, como el tiempo. El Tampaón, finalmente, desemboca en el Pánuco y se pierde en las aguas del Golfo de México. No puede evitar su irrefrenable destino. Tú que puedes, vuélvete, / me dijo el río, llorando… cantaba Atahualpa Yupanqui con su sabiduría campirana.- OLEGARIO M. MOGUEL BERNAL.