Los turistas asoman en Venecia como aves raras

 

Apenas abiertas las fronteras de Italia, el avistamiento de turistas extranjeros en Venecia se asemeja a la observación de aves raras. Los primeros que han llegado llaman la atención en unas calles y plazas relativamente vacías.

Un comerciante dice haber escuchado una pareja que hablaba inglés cerca del Mercado del Pescado en Rialto; un camarero sirvió a otra que hablaba francés en la isla de la Giudecca; el propietario de una tienda de comestibles exclusivos atendió a un matrimonio chino que entró en su negocio con grandes bolsas de compras de Louis Vuitton.

Fueron sus primeros clientes extranjeros tras casi tres meses de cuarentena. Para su sorpresa, cuando aún la ciudad seguía en teoría cerrada al mundo exterior, esta pareja llegó a Venecia a través de Viena, desde donde viajaron en coche.

“Está tranquila en comparación con la visita anterior, no hay tanta gente, y es una de las razones por la cual decidimos venir hoy, porque está abierta a los extranjeros”, dice Igor Kramer, que vino de Zúrich acompañado de una amiga de Constanza (Alemania), para coincidir en un paseo de un día con los parientes de ella, llegados desde Eslovenia.

No había controles fronterizos, dice Kramer, pero encontró tráfico inesperado en las carreteras por obras de mantenimiento y caravanas de camiones procedentes de Europa Oriental. Sentado en la terraza del Café Rosso, uno de los más distintivos de la plaza Santa Margherita, el grupo se aprestaba a seguir su camino.

Dos amigos alemanes de la ciudad de Colonia y residentes en Suiza paseaban por la calle XXII Marzo, de tiendas de moda y galerías de lujo, que desemboca en la plaza de San Marcos.

Era su primera vez en Venecia. Hasta ahora no habían venido por la saturación de turistas, pero cuando la pandemia paralizó los viajes esperaron el momento de visitar sitios interesantes.

“Hace un par de semanas dijimos que debíamos ir a Venecia apenas abrieran las fronteras y lo hicimos”, dice Jan Hoffmans, de 38 años y chef de profesión.

“No vendríamos aquí si fuera un día normal de Venecia, con cruceros y todo eso, pero esta era la idea”, dice su amigo, el maestro cervecero Hannes Gutschmidt, de 36 años. También a él le gustó la ciudad. “¿Veinte millones de personas al año pueden estar tan equivocadas?”

Y pocos minutos después un grupo de cuatro parejas pasa por delante del negocio de Gucci hablando alemán. “Todos somos de Fráncfort. De allí volamos a Saint-Tropez y hoy desde Saint-Tropez a Venecia para disfrutarla, almorzar, pasear en góndola por los canales y luego volvemos a Fráncfort”, dice uno de ellos. “Es un viaje de un día; vinimos en avión privado”.

Una pareja joven de la localidad alemana de Landstuhl se niega a ser filmada mientras almuerzan en la terraza de un café en una plaza de San Marcos casi desierta. Para poder hacerlo condujeron casi 10 horas. Encontraron poco tráfico y, para su sorpresa, controles fronterizos en Austria cuando entraron desde Alemania.

TEMOR AL TURISMO DE MASAS

Desde el relajamiento de las medidas de la cuarentena, hace un par de semanas, las terrazas de los cafés y los restaurantes de la ciudad habían empezado a cobrar vida, sobre todo con los habitantes locales y visitantes de localidades y ciudades vecinas, la mayor parte de la región del Véneto.

No pocos son estudiantes extranjeros que habitan en ciudades vecinas, como un grupo formado por dos griegas, dos senegaleses, un húngaro, uno egipcio -algunos de ellos del programa Erasmus- que vinieron de Padua y se apresuraban a tomar el tren de regreso de las 19.10 cinco minutos antes de que partiera.

Angela Barbato, de la Galería Bel-Air Fine Art, que ofrece obras de Carole Feuerman, Peppone y Robert Indiana, trabaja con un 70 por ciento de clientes extranjeros, espera su retorno y responde a las consultas de quienes llaman de Estados Unidos, Australia o Alemania, entre otros lugares, para saber si ya pueden regresar a Venecia.

“Somos un grupo de galerías internacionales y ya tenemos clientes leales en el exterior y claramente Venecia es un sitio de captación muy internacional”, señala.

Al caer la tarde, un matrimonio rumano viaja en vaporetto al centro de Venecia para cenar y volver luego a su autocaravana, con la cual están recorriendo Europa. Venían de Jerez de la Frontera (sur de España) -“tenemos una botella de (vino de) jerez en el auto”, ríe la mujer- y se aprestaban a regresar el día siguiente a su casa en Bucarest a través de Eslovenia.

El gradual regreso de visitantes extranjeros, a la vez que reanima una economía local, alimenta la ansiedad de los residentes que se han comenzado a acostumbrar a una ciudad despejada y descontaminada, y que temen un recrudecimiento del turismo de masas.

El pasado lunes, una cadena humana de unas mil personas unió al final de la tarde dos distritos de Venecia, en una protesta contra dos obras que los vecinos temen comprometan aún más la ya difícil residencia en una ciudad cara y antes asediada por el turismo de masas.

Las agrupaciones Area Ex-Gasometri, Italia Nostra, No Nav y otras convocaron a la manifestación contra la construcción de un nuevo embarcadero para naves turísticas en Fondamente Nuove, paseo lagunar frente a la isla cementerio de San Michele, como también el plan de una empresa privada de construir un hotel o apartamentos de lujo en los antiguos Gasómetros, una zona anteriormente pública.

“El problema es que si construyen ese muelle comienzan a llegar turistas también aquí”, dice Andrea Zorzi, uno de los organizadores y miembro del comité de Area Ex-Gasometri.
“Ahora es una zona densamente habitada, viven personas normales, en cambio donde llegan los turistas todo esto desaparece”, lamenta.- Con información de EFE